En el eje de integración de Ocupación racional y eficiente del suelo, se explican las diferentes pautas a seguir para conseguir una ocupación del suelo capaz de revertir o disminuir las causas y efectos del cambio climático. El cómo, dónde y cuánto se ocupa el suelo de naturaleza urbana, se considera fundamental para mitigar los GEI y para conseguir espacios resilientes y adaptados a los efectos del cambio climático.

Hasta mediados del siglo XX la forma de ocupar el territorio canario, tal como se ha expuesto anteriormente, se caracterizaba por una serie de asentamientos poblacionales distribuidos en el interior insular y fuertemente arraigado a la actividad agropecuaria. Junto a estos núcleos, destacaban las ciudades capitalinas insulares, situadas en la franja litoral costera, y vinculadas al desarrollo de la actividad portuaria. Los pueblos y fundamentalmente las ciudades se constituían como espacios con una estructura y trama urbana de cierta compacidad, cohesionada socialmente, generadora de espacios de sociabilidad y con cercanía a los servicios, que propiciaba además el encuentro y desarrollo de distintas actividades, permitiendo el desarrollo de la vida en comunidad.

Posteriormente en los años 70 la implantación y desarrollo de la actividad turística en Canarias, fundamentalmente en las islas de Gran Canaria, Tenerife, Fuerteventura y Lanzarote, dio lugar a una serie de nuevas urbanizaciones turísticas situadas en el frente litoral, cuyo objeto era aportar alojamiento y servicios de ocio y disfrute a turistas. El turismo fue el detonante del crecimiento demográfico de Canarias y con ello el incremento y surgimiento de nuevos núcleos poblacionales en las inmediaciones de estas urbanizaciones turísticas para albergar a la población de servicio de esta actividad. Estas nuevas poblaciones mantenían la estructura de los núcleos tradicionales, en cuanto a la compacidad de usos y la cohesión social.

El desarrollo del turismo trajo consigo, simultáneamente, el abandono de la actividad agropecuaria y el incremento de otras ocupaciones como las comerciales e industriales, a los efectos de proveer a la población de los servicios básicos y necesarios para su hábitat, así como para el apoyo logístico de la actividad turística.

Junto a estos nuevos núcleos poblacionales y urbanizaciones turísticas, surgen otras formas de ocupar el territorio heredadas de la cultura anglosajona que se caracterizaba por la separación y segregación del espacio dependiendo de los usos que se le asignaba. Esta forma de proceder, unida a la mejora de la red de transporte, accesibilidad y al aumento del número de automóviles, generaron procesos de ocupación del espacio orientado hacia las periferias de las ciudades o núcleos urbanos, que hasta aquel instante, no habían entrado en el juego de la transformación urbana. La ocupación del territorio se expande y empiezan a surgir novedosos desarrollos urbanísticos, aislados de los núcleos urbanos existentes y apoyados en las nuevas infraestructuras viarias que le daban soporte. El automóvil privado junto con la nueva infraestructura viaria asociada, se configura como el elemento detonante capaz de llegar a nuevos territorios que antes se presentaban imposibles. Es en este momento cuando empieza a consolidarse la denominada “ciudad difusa”.

Figura 60 Fuente: El modelo de ciudad difusa. P5 Modelos de ordenación del territorio más sostenibles. Salvador Rueda. Barcelona (España), enero 2003.

El modelo de ciudad difusa, organiza el territorio mediante la configuración de un conjunto de áreas separadas y especializadas por actividades monofuncionales e interrelacionadas por una densa red de carreteras. Así surgen urbanizaciones de carácter exclusivamente residencial (fundamentalmente de baja densidad o ciudad jardín), turísticas, así como comercial o industrial al servicio de las ciudades.

“Esta separación genera segregación y no permite la interacción de la misma manera que la ciudad compacta. Suelen tener un centro que aglomera el sector comercial y cultural y una periferia que se extiende a lo largo de un gran área con suburbios residenciales y reductos de uso industrial.”

Se trata pues de una dispersión de las funciones y actividades tradicionales de la ciudad. Estas nuevas formas de proceder han contribuido a la conformación de un espacio fragmentado, mono funcional y carente cohesión social.

Por otro lado, estas tendencias de apropiación del territorio, partían de la premisa de un territorio infinito y con unos recursos naturales inagotables. Esto explica el que la clasificación de suelos urbanos y urbanizables de los instrumentos de ordenación urbanística que datan de los años 70 y 80 del pasado siglo XX no estaban fundamentados en una necesidad real de desarrollo de una determinada actividad para satisfacer unas demandas concretas, sino que las propuestas de clasificación de suelos se realizaban bajo la percepción de una necesidad infinita (ya sea de uso residencial, turística, comercial o industrial) y bajo un modelo de implantación en aquel momento innovador y atractivo como era la “ciudad difusa” (separada por usos mono funcionales). Asimismo la variable ambiental del territorio a ocupar, en los planes urbanísticos de esa época, no era analizada ni tenida en cuenta, y por ello no se valoraban las consecuencias sobre el medio ambiente derivadas de la clasificación de los suelos urbanos y urbanizables propuestas en el territorio.

Es por ello que, esta práctica de modelo de ocupación “difusa”, que se ha mantenido a lo largo de los últimos treinta años del siglo XX y primera década del siglo XXI, ha desencadenado en serios problemas ecológicos y ambientales cuyas consecuencias ya empiezan a ser palpables.

En particular, este modelo de “ciudad difusa” produce, entre otros, los siguientes efectos que repercuten en el cambio climático:

  • Un incremento de la movilidad viaria para llegar a las distintas áreas monofuncionales y por tanto un aumento de las emisiones de GEI derivados del transporte.
  • Un aumento de las infraestructuras viarias y de transporte, así como de las energéticas, telecomunicaciones e hidráulicas, lo que conlleva un incremento del consumo de los recursos naturales y energéticos.
  • Un crecimiento de la ocupación y transformación del suelo derivado de modelos de ocupación expansivos y de baja densidad, con su consecuente aumento del sellado del suelo.
  • Una fragmentación del territorio que genera problemas en la continuidad de los hábitats naturales y de los ecosistemas naturales.

Afortunadamente, la ciencia de la ecología ha venido a demostrar científicamente lo insostenible de este modelo de ocupación, evidenciando la estrecha interrelación que existe entre todos los complejos procesos que se originan en la biosfera y que aseguran la biodiversidad y la supervivencia del ser humano.

Es gracias a esta ciencia de la ecología que el “suelo natural no ocupado” ha adquirido un valor crucial en nuestra sociedad actual. Ya solo no es útil el suelo al que se le puede sacar un beneficio económico, sino también aquel que aporta unos servicios ecosistémicos necesarios para la vida de las personas y la del planeta.

Así mismo, desde el punto de vista del cambio climático, se han evidenciado los beneficios que producen las superficies vegetadas por su contribución en la reducción de la huella de carbono. De tal manera las nuevas tendencias en la planificación urbanística, así como las recientes legislaciones en la que se apoyan, ponen en valor el suelo virgen no ocupado y la necesidad de su preservación y conservación. Por otro lado se priorizan acciones de regeneración del espacio infrautilizado o en desuso, frente a la nueva ocupación y transformación de suelo virgen.

No obstante, en la actualidad de Canarias, la mayor parte de la planificación urbanística vigente que todavía impera, está soportada por los modelos de ocupación del pasado siglo XX. Este modelo se caracterizaba por una ocupación urbana basada en la creación de nuevos tejidos y en la obsolescencia del existente, en la movilidad motorizada y en el consumo de unos recursos naturales desproporcionados, que se traduce en un patrón con altas emisiones de carbono, asociadas a los desplazamientos que son necesarios y al mantenimiento de los tejidos urbanizados.

Es por ello que estos modelos deben ser erradicados, ya que ante la evidencia de los efectos que provocan como consecuencia del cambio climático, es primordial abordar nuevas formas de ocupación bajas en emisiones de gases de efecto invernadero, que ayuden a mitigar las consecuencias del mismo, al tiempo que se establezcan políticas de transformaciones urbanas que ayuden a adaptar el territorio a los cambios que como consecuencia de estos han de producirse.

Líneas


MOT.3.1 Línea 1: Ocupación racional del suelo.

Una vez esbozado lo insostenible del modelo actual, esta línea de análisis expone las bases de lo que debe constituir una nueva forma de ocupación del suelo racional y equilibrada. Este uso racional del suelo debe pasar por la adaptación y optimización del territorio ya transformado e implicar un crecimiento del suelo a ocupar, acorde a las necesidades reales que demanden las distintas actividades a implantar en el territorio.

Otro aspecto a tener en cuenta es el que señala dónde y cómo se implantan y distribuyen en el territorio estos usos y actividades. Esta distribución debe realizarse de manera eficiente y compatible con su entorno territorial (natural, rural y urbano), y con el propósito de mitigar la huella de carbono actual y conseguir una ocupación de suelo resiliente a los efectos del cambio climático.

MOT.3.2 Línea 2: Eficiencia del metabolismo territorial.

En el sistema natural los seres vivos gestionan sus recursos basándose en un metabolismo circular. Por el contrario, la mayor parte de los entornos antropizados actuales se basan en metabolismos lineales, causando el agotamiento de los recursos naturales o la alta dependencia sobre aquellos no renovables y la contaminación en forma de emisiones y vertidos al medio ambiente local y global, generadas, en su mayor parte, desde las ciudades y la agricultura que las alimenta.

El cambio en la forma (cada vez más extensa, dispersa y discontinua) e intensidad de ocupar el territorio, respecto al modelo tradicional previo a la revolución industrial, ha ocasionado, en lo relativo al ámbito urbano, un desacoplamiento entre ciudad y territorio; se ha perdido funcionalidad y eficiencia. Las ciudades generan una enorme huella de carbono resultado, en la mayoría de los casos, de una incorrecta planificación urbanística.

Para lograr una efectiva descarbonización, principalmente del sistema urbano, pero también del rural, se requiere del funcionamiento integrado y equilibrado del metabolismo territorial , el cual  debe empezar ,en primer lugar, por el re-acoplamiento de las ciudades y los núcleos urbanos al territorio.

MOT.3.3 Línea 3: Hacia un nuevo [Eco]Sistema urbano.

Una vez esbozados, en las anteriores líneas de análisis y ejes de integración, los problemas que conlleva un modelo de ordenación basado en la zonificación de usos y en la dispersión (ciudad difusa), es necesario establecer las pautas de ordenación que permiten reconducir este patrón hacia otro más sostenible y por tanto más adecuado para evitar y minimizar los efectos del cambio climático.

Escalas de intervención


Ordenación
estructural

Ordenación pormenorizada

Instrumentos complementarios

Ejecución de planeamiento


PGO_OE
Ordenación estructural
PGO_OE
Ordenación estructural
PGO_OE
Ordenación estructural
PGO_OE
Ordenación estructural